Katana

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El viento acaricia mi rostro, y mientras mi mente se prepara para el esperado final, siento como las gotas de sudor sortean las arrugas; son ríos de ácido con el único objetivo de torturar los ojos fijos en mi oponente. ¡Magnífico rival, deseoso de probar el filo de mi Oda Nobunaga! No sé quién me ha puesto aquí, pero al momento le agradezco; el lugar está lleno de misticismo, de gloria, de dulce soledad.

Mi mano a su alrededor, saluda suavemente la tsuka forrada de piel de tiburón, para que no escape presurosa, al igual que las damas de mis años mozos. Un poco más allá, la sugata tiembla con el toque de las hojillas del pasto agitado por la brisa; ¡Así de unidos somos! ¡Así de largo es mi brazo!

Levanto la mirada y contemplo el manto azabache que nos cubre. Las estrellas son testigos en un cielo que no reconozco, pero me da igual, porque después de nuestra batalla, un eón de tiempo tendré para cortejarlas.

Alzo a daito y ahora mis nueve dedos la sujetan. La acerco a mi mejilla, suave y firme a la vez; porque para mí eso no es diferencia cuando la poseo. Un atisbo le concedo y las dos lunas en el shinogi tristes me saludan. Pienso un momento en ellas y una mueca fuerza mi sonrisa, ¿A quién de ellas me dirijo si algún día, una musa se atreve a estar aquí conmigo?

Un último suspiro y los tigres en mi pecho furiosos me motivan, siguen el ritmo sordo de mi corazón atrapado en la garra de un dragón que desde mi espalda lo sujeta. Aprieto los dientes y mi ceño se transforma conforme la kissaki apunta a su cabeza adornada. Él por su parte, me saluda y entre rugidos, los sables dentados en su antebrazo se despliegan; somos guerreros ejecutando la danza previa, una haka de muerte que con el honor se baña.

El silencio se enseñorea de nuevo y nuestros pasos rápidos avanzan al encuentro entre los aceros. Mi daito es ágil, como las gaviotas de Hokkaido que robaban la carnada de los cepos de mi padre; los de mi adversario, son pesados pero fuertes como el gran rikishi Asashoryu, y la combinación de ambas almas, pare brillantes clones de los espectadores que desde arriba nos observan.

Tres escarceos entre las hojas afiladas y los ríos escarlata se confunden con los esmeralda; mis jadeos rasgan la garganta pero me conforta el saber que su sed por daito ha sido saciada. Trago más saliva y mi mentón asciende mientras cierro los ojos; la frescura del aire renueva mis pulmones y como el fuego, la furia en mi interior crepita de nuevo. Pero no es necesaria una lucha más, el que desde ahora es mi hermano por orden de la sangre, ha caído y en su nombre murmuro una oración a Denix y Bishamon.

Mi cuerpo ahora relajado, sufre la brisa salada que a propósito busca mis heridas mortales, y entre el dolor inmenso que como única recompensa ha quedado, me doy cuenta que no tengo tiempo por delante para siquiera saludar a las estrellas. Mis rodillas se vencen lentamente, como las cascadas de arena en el mar amarillo y ya en hinojos, abrazo con pasión a la querida dama cubierta ahora con esencias de batalla.

Izanami me reclama, no quiero escucharla; su voz es el frio preludio que anuncia el fin a los condenados y por eso, vehemente la rechazo; y como la marea poderosa que se estrella en los farallones, por mi boca escupo unas últimas palabras:

¡Yo soy Hanzo! ¡Soy kendokai! ¡Soy yakuza!

Adaptación libre y personal, muy personal, de una escena de la película Predators (2010)

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