El Espejo

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El espejo del baño se ha opacado con el vapor del agua caliente y mi mano, como cada mañana, se ocupa en limpiarlo. El medio círculo que dibujó mi palma es casi lo único que me resulta familiar. Pienso en ello y sonrío entre la bruma de la melancolía; la imagen frente a mí me recuerda la de un arcoíris tristemente monocromático, como casi todo. Cierro los ojos y el hastío por tener que escoger me tortura, pero ya no tanto. La rutina diaria ha cobijado mi desolación y poco a poco, ha alejado de mi conciencia las quejas y desventuras; al menos por unos días.

El ir por la vida sin identidad es el infierno del condenado a ser un punto más en el entramado de una sociedad que te exige el ser alguien. Eso dice el autor de alguno de los libros que he tenido que leer para desenvolverme. ¡Pura basura! ¿Qué demonios pueden llegar a saber ellos?

Ayer me puse a ver un viejo indigente en Central Park, y ¡Maldita sea! Tengo que aceptar que lo envidio. Y es que en la cascada de comparaciones, llegué a una que me volvió loco. ¡Él es un olvidado de la sociedad! ¿Yo? ¡Ni siquiera llego a eso!

¿Cómo puedo ser olvidado si ni yo sé quién realmente soy?

No todo es lo malo que pareciera ser, tengo mis momentos. Mujeres que la mayoría ni en sus sueños podrían tener, autos, invitaciones, viajes, Presidentes, música, aventuras, gente famosa, ¡Hasta he actuado en películas! Todos agradables recuerdos que no se en que corazón guardarlos. ¿Llorar o reír? Creo que ya no me importa.

Hoy iré al bar en busca del bendito sexo casual. Me he dado cuenta que me lastimo menos al ver el rostro angelical de todas esas mujeres cuando las hago abrazar la muerte pequeña. ¿Será que el hecho de abandonarse a sí mismas por un instante, las hace ser un poco como yo? Sin identidad, siendo sólo un mar de calmo placer.

Mientras tomo una toalla para terminar de secar el espejo, fuerzo mi mente a salir de estos pensamientos porque el rostro que aparece frente a mí, no me dice nada. Tan diferente y tan común. Mis manos por instinto lo cubren, negando su existencia con cada lágrima que ahora lo recorre y si no es por la gran bocanada que inunda mis pulmones con aire nuevo, estoy seguro de tomar el arma que siempre guardo en el tocador.

Más calmado, dirijo mi vista al montón de revistas que siempre tengo a mano y hojeo la más nueva que me encuentro. Las páginas avanzan obedientes de mi dedo humedecido y me detengo ante la foto del futbolista de moda, ¿Qué vida llevará en su casa? No lo sé, me basta con saber quién es y cómo se comporta ahí afuera. Lo miro detenidamente y con una sonrisa me pregunto si acaso puedo ser la persona que yo quiera. Un profundo y doloroso -¡No!- me señala.

Cierro los ojos volviendo a suspirar, y mientras ordeno a mi carne y huesos transmutar y transformarse en la imagen que en mi mente se dibuja, repito una y otra vez para mi mismo que no es que quiera ser alguien más… ¡Simplemente quiero ser!

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