Confidencias

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El viento de otoño barre las hojas que se arrastran por el piso de la plaza principal del pueblo. Serpenteando entre los robles viejos, los caminos que invitan a recorrer aquella venerable alameda, son anfitriones de amigos y enamorados que buscan alguna de las bancas de herraje y granito para sentarse a platicar de una y mil cosas.

Una pareja camina en un abrazo muy acurrucado hacia uno de los asientos, ahí donde el ocaso ofrece su maravilloso espectáculo a los afortunados transeúntes que logran ocupar aquellas localidades de luneta. Los espera un hombre, perdido en la paz que inunda el lugar. Su rostro acerado, aún se ilumina por los últimos rayos de sol que sirven de guía a los pensamientos que van y vienen hacia un lugar recién reencontrado.

Ellos se sientan a su lado mientras les ofrece café de civeta, tal y como lo ha hecho desde hace tres meses. Pacientemente, toman un sorbo de la carísima bebida antes de cruzar palabra. Y platican... platican acerca de toda una vida.

Cinco años antes…

Jugueteo con la pluma entre mis dedos, nervioso y cabizbajo. Me pregunto si ha valido la pena. Al menos para Julen así parece. El ahora mi amigo, es un prisionero condenado a la pena máxima, uno de mis primeros clientes. Y lo que inició como una molestia, hoy es quizás mi mayor motivo... uno que no termino por comprender.

Aunque convencido de su inocencia, al igual que Julen sabía que demostrarla era poco menos que imposible. Quizá por eso al poco tiempo desistí de armar su defensa, empujado en parte por lo complejo del caso y otro tanto por su exultante terquedad para no hablar del mismo. En su lugar, nuestro tiempo descorría entre sus memorias y vivencias. Cada detalle me era contado, sus colores y emociones… -¡No soy poeta, carajo! Si te lo escribo, se perderá la esencia del momento. ¡Por eso te lo confío!-. Esa era su justificación para nuestras interminables charlas.

¿Sus motivos? Redención tal vez. La necesidad del que ve su destino final tan cerca, a veces obliga a revisar lo que hemos sido, con la esperanza de tener la certeza de que se es digno de cruzar la puerta. No se me ocurre otra cosa.

Llega el momento. A través del cristal lo veo entrar a la habitación donde la plancha lo espera. Mientras lo preparan, observo su rostro y en sus labios leo sus últimas palabras… -¡No olvides contarle!-. Sonrío, y con un ademán le hago saber que he entendido. Minutos después, una lágrima surca mi mejilla. Millones de partículas nanotecnológicas inundan su cerebro y selectivamente cortan sinapsis entre sus neuronas. Aquel hombre, poco a poco deja de ser Julen... mi amigo.

Hoy en la alameda…

–¿Qué hay de las mujeres?... Tú sabes, ¿Me enamoré alguna vez? –pregunta ansioso el que los esperaba.
–¿Sabes Julen? ¡Tendrás que ofrecerme algo más que un café de civeta si quieres saber sobre esas confidencias! –respondió el abogado a su amigo exconvicto.

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