Años… milenios.
Temporalidad que reverbera en la historia de los seres que entre los dos,
han creado; reservorios de la esencia
que más tarde, ya madura, migra por el universo a un nuevo receptor, alguien
como Yi Man Huel y Seykan… ambos los
crearon y ambos los perciben diferentes.
Yi Man Huel, cerrado para sí mismo, todopoderoso y
omnipresente. Fiel servidor de Omet ot y soberbio ante los hombres; seguro de
que, como criaturas instintivas, son incapaces de abrigar la conciencia de lo
bueno y lo malo; dóciles corderos sedientos de la guía infalible de sus padres.
Y no podría ser de otra forma, lo que se desarrollaba en ellos, más tarde
llevaría la chispa de la vida a un lugar muy lejano.
Seykan, por el contrario, se fascina de la naturalidad
con la que aprenden y se incendian el espíritu con el fuego de la creatividad y
el ingenio. Incisivos y luchadores, aplican lo que aprenden. Mejoran y superan retos, son intensos
cachorros exigiendo más y más… y Seykan, no duda nunca en darles las manzanas
del árbol prohibido del conocimiento.
Celoso de su hermano, Yi Man Huel intriga
contra él y se asegura que sus otros dos hermanos abracen el odio creciente
contra los humanos. Para Omet Ot, no hay duda; aquellos han fallado y no pueden
ser más, portadores de su preciosa carga.
Seykan confronta al Padre y defiende
inútilmente a los humanos. Omet Ot los ha condenado y no deja opción para la
más hermosa y perfecta de las Serpientes de Fuego. Él se rebela contra el Padre
y sus hermanos; lleva la guerra hasta el cielo, lejos de sus protegidos… hasta
la misma nave de donde todo mana.
Aquel ser dual, envía a la Serpiente del Fuego
Azul… el morador de la casa del sur. Él es el amo de la guerra y junto a sus vasallos,
merma los Tronos de Seykan. La batalla es inútil… las tropas caen del cielo en una lluvia de
estrellas y al final, la Flama Blanca es derrotada.
Seykan –El Adversario–, es ahora rodeado por
sus hermanos y alguien más. Al Norte, Yi Man Huel, la Serpiente del Fuego
Negro. Al Sur, Hi Huipotli, la Serpiente del Fuego Azul. Al Oriente, Ha Xipriel,
la Serpiente del Fuego Rojo. Y al Oeste, se encuentra el Gemelo, el usurpador
de la Casa del Fuego Blanco.
La sentencia se fija rápidamente. Seykan es
desterrado a la prisión en las entrañas del planeta y su centinela, fiel
vigilante de su condena, lo acompañara como la estrella matutina y vespertina
hasta el día en que sea liberado.
Pero no todo está perdido. Conmovido por el
amor que siente por su hijo y la curiosidad que le ha nacido por entender la
traición que El Adversario ha elevado hasta su recinto, decide no acabar con
los humanos. Desea ver como evolucionan los 21 gramos que se alojan en cada
hijo. Pero no se arriesga, se asegura que a su partida, los discípulos del
Fuego Negro guíen los pasos de aquella prole bajo sus preceptos y principios… él sonríe, sabe que la semilla plantada, aun
radica en ellos.
Se retiran… y a su partida, Omet Ot advierte
del regreso del Fuego Azul; justo al final del quinto sol, cuando aquel sistema
planetario entre en conjunción con el inmenso disco principal. Mucho tiempo ha de pasar, el suficiente para
asegurarse que lo que hace humanos a los humanos, sea justo como el Padre
quiere; y si no es así, que el fuego azul los consuma en presencia del Adversario.
Ha-Seykan desciende a su destierro, en el
estruendo de un relámpago que preña la tierra. Para los que atestiguan la ejecución de la
condena, aquello es algo hermoso e inolvidable; como si una serpiente emplumada
bajara a una última morada… y muchos, a través de los tiempos, rezarán porque
así no sea.